Durante un buen tiempo, Odelay parecía destinado al olvido. Un proyecto experimental y ruidoso que parecía el típico disco noventoso condenado a quedarse en el tiempo. Incluso Beck, su creador, dudaba de su potencial. «Pensé que quizá sería la última vez que tendría la oportunidad de hacer un disco”, dijo en una entrevista con Rolling Stone en febrero de 2008. Era 1996 y la etiqueta de one-hit wonder tras el éxito inaudito de «Loser» lo perseguía de manera insistente. Lo que ni él ni nadie podía anticipar es que ese disco -grabado entre paredes forradas de vinilos, con computadoras lentas y mucho tiempo libre- terminaría marcando a fuego el sonido de su época.
«Era el cuarto más chico de la casa. Y una pared entera, del piso al techo, era toda de discos”, recordó. Ahí se gestó el caos creativo que desencadenó en el álbum. De hecho, muchos de esos discos terminaron filtrándose en su sonido. Desde el órgano robado a Them en «It’s All Over Now, Baby Blue» que dio vida a «Jack-Ass», hasta el disco educativo Sex for Teens que sirvió como base para «Where It’s At». La tecnología tampoco ayudaba a acelerar el proceso. Componían y grababan con una versión preliminar del Pro Tools que necesitaba, al menos, media hora para procesar cada corte. En ese limbo técnico surgían las ideas: muchas de ellas descartables. Pero Beck no descartaba nada. «La verdad, Odelay fue muy informal. Un día aparecí con una guitarra slide y un par de armónicas y empezamos a trabajar”, reveló.

Algunos de los temas del disco fueron tomados de sesiones previas, como por ejemplo «Ramshackle», que originalmente se encontraba en un disco perdido. Otros, como «.000.000», un experimento metalero grabado en el estudio de los Beastie Boys, simplemente fluyeron. «Definitivamente tenía letras, muy significativas. Creo”, bromeó Beck. El proyecto fue interrumpido por la gira del Lollapalooza en 1995. Antes de partir, Beck sabía que las canciones requerían semanas de trabajo. Por eso, a la vuelta, todo se grabó en cuestión de días y un poco a las apuradas.
Así nacieron «Devils Haircut» y «The New Pollution». Las letras eran improvisidas para probar las melodías, pero terminaron quedándose. «Nos encariñamos”, confesó. Hasta los lados B, como «Gold Chains» o «Burro» -la versión en español de “Jack-Ass” con mariachis incluido- eran una prueba de ese proceso sin filtro. «Nunca fue un disco pensado en serio, simplemente estábamos jodiendo«, confesó Beck. Sin embargo, fue precisamente esa falta de solemnidad lo que convirtió a Odelay en un clásico. «Cuando vuelvo a escucharlo, no siento que haya pasado tanto tiempo. Sigo metido en las mismas cosas, ¿sabes a lo que me refiero?”, concluyó.

La perfección del caos
En 2016, en Indie Hoy celebramos los 20 años de Odelay revisitando la obra de Beck con una reseña que destaca lo siguiente:
«Como un collage postmoderno que anuncia el principio del fin de un milenio o el nacimiento de una nueva era, Odelay se presenta ante el mundo como un lienzo con apariencia nihilista siendo en realidad una obra detallada y super elaborada, gestada por una de las mentes creativas más brillantes dentro del mundo de la música de esos días. Estilos como el folk, hip hop, country, lounge, punk, grunge, garage, disco, noise entre beatbox y sampleos (que van desde «I Can Only Give You Everything» de MC5 a «Song for Aretha» de Pretty Purdie, pasando por pistas de músicos como Mike Millius, Edgar Winter, Joe Thomas o de grupos como Them, Sly and The Family Stone o The Frogs), se funden entre sí y se convierten en canciones como ”Devils Haircut”, “Hotwax”, ”Lord Only Knows”, ”The New Pollution”, ”Minus” y “Sissyneck” (qué cosa linda ese silbido), para conformar una placa que gracias a la constante rotación de su primer corte ”Where It’s At” y su único y clásico video, llevaría (para sorpresa de los grandes ejecutivos de David Geffen Company) a vender más de 2 millones de copias, obtener premios de la crítica mainstream y convertir a un tipo como Beck en una estrella en muy pocos meses».
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